Dos días después de que Argentina se consagró campeón por primera vez de la Copa Davis, ocurrió una de las peores tragedias en la historia del fútbol donde murieron jugadores, periodistas y funcionarios del Chapecoense de Brasil

Argentina venía de una final, aquella ganada por los tenistas argentinos el domingo, la prestigiosa Copa Davis y se colocó entre las tres copas con más gloria en la historia del deporte argentino. Claro, un solo escalón por debajo de la que nos trajo Diego Maradona y sus compañeros en el 86' y la de Mario Kempes y sus muchachos en el 78' en plena época de la sangrienta dictadura militar de Videla.

Mientras nosotros veníamos de la histórica final, ellos iban a otra final, la de la Sudamericana, histórica también por que Chapecoense respiró pobreza futbolística en sus pocos años de vida y el miércoles iba a ser su día más importante o impactante para su historia.

Cuentan que la revolucionaria ciudad de Chapecó de 200.000 habitantes, todos hablan en voz baja y los coches no tocan bocina cuando el tránsito se colapsa. Se respira mucha tristeza, muchísima. Pero todo se redimensiona ante el accidente. ¿Acaso seguiríamos hablando del "fracaso" si se hubiera perdido la Copa Davis en Zagreb? ¿O lo seguiríamos tildando de "traidor" a Juan Martín Del Potro si hubiera perdido en tres sets ante Marin CIlic? O aceptaríamos haber perdido ante una institución ridícula como muchas veces se lo nombró a "Chapecó" en un tiempo no muy lejano.

Todo resulta una paradoja, el fútbol golpea con hechos extra futbolísticos de manera increíble a un planeta que nos tiene acostumbrado a ser críticos sin piedad de algunos deportistas que no pudieron ganar en momentos claves y así nos hace saber a través de una desgracia que padecieron aquellos pobres profesionales deportistas, periodistas y funcionarios que un resultado es sólo un resultado. Hay situaciones extremas. Sino fíjense, a partir de aquel día fatal nadie más habló de la Copa Davis y su gloria.

Fuente: Plusdeportivo.medios.com.ar